“Y YO A TI””
Cuatro palabras que nunca pensé tuvieran tanto valor intrínseco en mi vida. 
Era la madrugada del 9 de febrero del 2014, y en medio de la noche silenciosa, yo estaba ahí junto a mi padre, y acompañados los dos el uno del otro, respirábamos el mismo aire. Sabíamos lo que acontecería dentro de poco, prepararnos, para qué, ya estábamos listos. Lo que nos quedaban eran horas y en ellas queríamos compartir nuestro calor y el amor que por 41 años habíamos expresado entre padre e hija.
Ya papi se moría, y los dos lo sabíamos. Su aliento ya casi no salía, su sonrisa ya se había ido, su voz, ya no estaba presente, pero sus oídos estaban atentos, y a ellos yo estaba lista para aprovecharlos.
Que infarto tan indolente, pues quiso llevarse lo que era mío sin avisarme, aquella noche de abril del 2013, pero que Dios tan clemente que extendió el tiempo que ya se había agotado, regalándonos casi un año, para que juntos supiéramos más del Cristo vivo y aun sin corazón humanamente hablando dejó a mi papi vivo.
Tres de la madrugada, y yo esperaba que pronto la aurora de ese domingo de febrero llegara, mientras veía a mi padre luchar por respirar. Yo había crecido muy apegada a él, y el hecho de saber que no estaría más a mi lado, me llevó a recordar muchos gratos momentos, que estuvieron, están y seguirán conmigo. ¡TE AMO PAPI!, le decía a los oídos. Necesitaba recordarle lo que tanto le decía y repetía cada vez que tenía oportunidad, aquello que se había convertido en mi saludo y despedida del día. ¡TE AMO PAPI!, sin recibir respuesta, seguía yo diciéndole al oído. Sabía que tal vez quería contestarme lo que siempre me decía, pero su voz ya no salía.
Mientras mi familia estaba en otra habitación, en esa madrugada recibí el regalo más lindo que alguien pudiera darme, y una tercera vez le dije a mi querido papi ¡TE AMO!, y con voz casi inexistente, y aliento como prestado, sacó de lo más profundo de su ser una expresión que quedó grabada en mi corazón…
¡Y… Yo… A… Ti!, dijo mi padre. Tal vez no tengo a mi lado su alegre presencia, y sus dulces consejos, pero estamos todos claro que ganamos la batalla. Papi se fue primero y yo le sigo luego, pues sabemos que vivimos para estar junto a nuestro Señor Dios, Precioso Cordero.
Mi padre es mi hermano, pues tenemos al mismo Padre, y aunque no tenga un padre terrenal para el día del padre, tengo un Padre celestial que me recuerda cada regalo que hace a diario a mi vida. Debemos aprovechar el tiempo con nuestros seres queridos. No derrochemos los días en pleitos. Digámosles y demostrémosles a los que están a nuestro lado, que los amamos, y recibamos el regalo tal vez de un abrazo.
Dios te bendiga.
Judith Giron.

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